“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” dice una vieja canción de Rubén Blades, y es justamente lo que sentí durante mi visita al coloso YAYA IMBABURA (yaya= padre en kichwa del norte del Ecuador).

Acompáñenme a realizar un pequeño viaje imaginario a la “Provincia de los Lagos”, la enigmática provincia de Imbabura, cuna de una de las comunidades indígenas más prósperas y más organizadas del país, sin olvidar tampoco al pueblo Karanqui, quienes viven en las faldas del sabio padre Imbabura.

Yaya Imbabura, Ecuador

La Provincia de Imbabura

La provincia se encuentra ubicada al norte de la capital (Quito), en distancia, aproximadamente a dos horas en bus o en vehículo particular. El trayecto es muy pintoresco y con paisajes llenos de montes, cerros, nevados, rosas, y hasta biscochos (esto incluye una parada casi obligatoria en la ruta para disfrutarlos). Dependiendo de la época, y sobretodo en los meses secos que van desde junio hasta septiembre, el volcán Cayambe suele acompañar gran parte de la ruta y su coqueta silueta, siempre invita a una parada fotográfica extra.

Cuando comienza a despedirse el tercer volcán más alto del Ecuador, Cayambe (5.790 msnm), llegamos al límite provincial entre Pichincha e Imbabura, lo interesante es que hay dos rutas para llegar al mismo lugar; la primera siguiendo la Panamericana Norte, la segunda por la vía que se la toma desde Guayllabamba a Cayambe y finalmente hasta el límite provincial con Imbabura.

Cayambe is the third highest mountain in Ecuador | ©Angela Drake

Desde el inicio, esta provincia nos da la bienvenida mostrando un lago que más bien se asemeja a una obra de arte pintada a los pies del volcán Imbabura, sin mencionar a los curiosos Fuya-Fuya y la mama Cotacachi (esta segunda según la tradición local, es la esposa del YAYA IMBABURA).

No es un secreto la presencia del famoso mercado indígena de todos los sábados en la ciudad de Otavalo, que inicia con un ajetreado mercado de animales muy temprano por la mañana que se ubica a la salida norte de Otavalo, para luego seguir con el mercado artesanal, que es una amalgama de colores y artesanías fabricadas por los indígenas otavaleños y también otras traídas de otras comunidades del Ecuador y hasta del Perú.

Selling chickens at the animal market, Otavalo, Ecuador | ©Angela Drake
Poncho Vendor, Plaza de los Ponchos, Otavalo, Ecuador | ©Angela Drake

Creo que, si me detengo en la descripción de esta hermosa provincia, jamás llegaré a donde vine, a la cumbre del TAITA O YAYA IMBABURA, me quedo con las ganas de hablarles sobre Chaltura, Chachimbiro, San Antonio de Ibarra, El Valle del Chota, Yahuarcocha, etc. Me veo tentado a contar más sobre Imbabura en un futuro; porque ahora, en verdad, tengo que continuar mi aventura hacia la cumbre del mal humorado Imbabura.

Madrugar

Cuando queremos ir de visita a las montañas, el primer requisito es MADRUGAR, y eso no es negociable, tampoco en esta ocasión, entonces pues salí de casa a las tres de la mañana con dirección a Cayambe, ya que el encuentro con el grupo era en la comunidad de San Clemente, la misma que está ubicada en la cara noroccidental del Imbabura, y para llegar al sitio se corta camino por la ruta Cayambe-Olmedo-Zuleta-La Esperanza-San Clemente.

Al llegar a San Clemente, dejamos los vehículos para tomar una camioneta y poder ganar unos kilómetros arriba, pero antes de aquello recibimos el saludo de un gran amigo, Manuel Guatemal y su esposa Laurita. El hecho de no habernos visto por tanto tiempo, nos produjo una emoción indescriptible, inclusive, esa generosidad innata de estos grandes amigos nos dio la bienvenida ya que me obsequiaron chili, hierba luisa, acelga y hasta un condimento hecho a base de plantas y otros “secretos”.

Yaya Imbabura en la madrugada | ©Edison Benitez

La mañana se presentaba muy despejada y los ánimos estaban por lo alto, todo preveía que llegaríamos a la cumbre con un mágico cielo azul, y un paisaje de ensueños, el “papá” estaba ahí y al parecer de un “buen carácter”. Empezamos a subir en medio de pajonales que siempre dan esa sensación de caminar en medio de espigas de oro, hábitat de conejos, pequeños reptiles y hasta insectos polinizadores. Además de este típico paisaje andino, el Imbabura tiene la fama de ser el sitio estratégico para encontrar los famosos hongos alucinógenos (Psylosibe cubensis) y aunque no es tan fácil encontrarlos, siempre están presentes. En el camino imaginaba esos años de amor y paz, cuando el gran BOB DYLAN estuvo de paseo por este mismo lugar, buscando estos famosos hongos, me transporté en el tiempo y por un instante, llegaron a mí algunas melodías de Bob; todo vale cuando tienes que subir una montaña imponente y todo el tiempo hacia arriba.

Subiendo Yaya Imbabura | ©Edison Benitez

La Subida

Todos sabíamos que el YAYA IMBABURA, aparte de ser imponente, también es extremadamente agotador, y en realidad así parecía; la subida se transformó en una vía al “purgatorio”. Los pajonales no dejaban de danzar y bailar, daba la sensación que se reían al ver nuestros rostros de fatiga y desesperación por llegar a un sitio un poco plano. De todas maneras, había un gran consuelo al esfuerzo, y era poder parar muchas veces para tomar fotografías y ser testigos de lo majestuoso que es subir a las montañas y mirar a todas las direcciones, sintiendo esa emoción única al ver tanta belleza.

La subida de Taita Imbabura | ©Edison Benitez

Recordemos que hasta el momento teníamos la esperanza de llegar a la cumbre (al menos a la primera) acompañados del sol, sin embargo, con el pasar de las horas, el mal humorado Imbabura ya estaba mostrando su mal carácter y el cielo azul poco a poco se iba poniendo gris. En cuestión de minutos, la algarabía de las fotos y los pajonales color de oro, quedaron bajo la sombra de las nubes y ahora solo quedaba el seguir ganando metros hacia arriba, con el afán de llegar al menos a la primera cumbre (4.570 msnm).

Llegando al primer cumbre, Imbabura, Ecuador | ©Edison Benitez

Habían pasado ya tres horas de caminata y llegamos a una pequeña parada, aquí se terminaba el pajonal para dar inicio a la escalada en roca, estábamos a 4.240 msnm, en el sitio denominado “Bosque de Polylepis”. A penas se despejó la montaña, pudimos apreciar las poblaciones de Cotacachi, Atuntaqui, Otavalo y un poco de la capital de la provincia, Ibarra.

Señal de Bosque Polylepis; en la distancia, Cotocachi,  Atuntaqui, y Otavalo | ©Edison Benitez

Escalada Hacia La Primera Cumbre

En el Bosque de Polylepis, tuvimos un cortísimo tiempo para recuperar energía y continuar hacia más arriba, como siempre; el incansable guía (Miguel) nos presionaba para seguir porque “recién estábamos empezando la aventura”. Mientras yo estaba casi muerto de cansancio. Ana Lucía y Edwin, una pareja de amigos del grupo, estaban enteros y siguieron como si nada había pasado ¡QUE ENERGÍA DE ESTOS MUCHACHOS! El inquieto Luis (ya sabrán porque “inquieto”) y yo seguimos los pasos del resto. Luis ya había intentado coronar el TAITA una semana antes, pero le fue bastante mal, ya que su pantalón de calentador ADIDAS quedó reducido a hilachas (testimonio del propio Luis) cuando le había caído un aguacero inmisericorde y jamás pudo llegar a la cumbre, al contrario; tuvo que bajar literalmente “sentado” en medio de agua, lodo, pajonal y tormenta. Por aquello y más, el Imbabura era un reto con tintes de revancha para este compañero que siempre está dispuesto a escalar por los lugares más extremos y con mucha adrenalina (por eso es el “inquieto” Luis).

Los Trekkers de Imbabura | ©Edison Benitez

De vuelta a la escalada, continuamos una hora más en medio de una neblina que jamás nos dio respiro, y la visibilidad era paupérrima. Finalmente, llegamos a la anhelada primera cumbre. Sí, habíamos llegado a los 4.570 metros, cabe resaltar un detalle; no éramos los únicos subiendo al coloso, otros grupos hacían lo mismo y sufrían igual que nosotros (“sufrir” me refiero a una expresión de cansancio nada más). Una vez en la primera cumbre, muchos decidieron terminar la aventura y regresar, algo que nosotros no lo íbamos a permitir, con semejante grupo de aventureros, eso sería simplemente un pecado en el mundo montañero, a menos que el clima en realidad lo amerite.

Subiendo a la segunda cumbre, Imbabura, Ecuador | ©Edison Benitez

Segunda Cumbre

La parada en la primera cumbre duró máximo unos diez minutos, ya nos habíamos transformado en unos escaladores de acero y la mira estaba enfocada en la cumbre máxima 4.640 msnm, al fin y al cabo, ya teníamos cuatro horas subiendo, y caminar una hora más; pues ¡QUIEN DIJO MIEDO!

Nos despedimos de los otros grupos que llegaron a la primera cumbre, incluido el hermano de Miguel (José) quien tenía temor por una lesión que arrastraba de tiempo atrás y prefirió regresar. Aquí quiero detenerme un momento, y lo hago para resaltar esa hermandad que existe en la montaña; los otros exploradores nos brindaron sus snacks, sus buenos deseos y hasta sus consejos para llegar a la cumbre máxima. ¿Eran nuestros amigos? Pues no, pero así es la hermandad en medio de la nada, la solidaridad, la amabilidad, la empatía, la fraternidad y todo lo mejor que puede tener el ser humano. ¿Es necesario subir tan alto para encontrar esa convivencia y al hombre realmente siendo humano? Esta es una de las lecciones más sublimes de ser un montañero.

La ruta a la cumbre de Imbabura, Ecuador | ©Edison Benitez

La ruta a la segunda cumbre, fue más emocionante y los abismos a la derecha y a la izquierda nos decían lo imponente que es este volcán. En una parte del trayecto se puede admirar la última explosión y erupción del YAYA IMBABURA, y a pesar de no tener el cielo azul, jamás dejó de ser un espectacular paisaje que me recordaba una película de antaño “DRÁCULA” de Bram Stoker, cuando el carruaje era arrastrado por esos corceles color azabache que sorteaban esos abismos profundos para ir al castillo del Conde vampiro. Fue la hora más emocionante de todo el ascenso, poco a poco se podía visualizar el “castillo” de mi película favorita; era la cumbre máxima. Las palabras se hicieron nudo en la garganta y solamente quería dedicar esta cumbre a mi hijo Mateo y a mi madre; esa era sensación que afloró desde el fondo de mi alma.

El camino estrecho hacia la cumbre de Imbabura | ©Edison Benitez

Una vez más, lo habíamos logrado, una vez más estuve en la parte más alta de la montaña, una vez más tuve la oportunidad de acariciar el paraíso. En la cumbre, la emoción llegó a su clímax cuando vi a esa pequeña bandera del Ecuador, flameando muy orgullosa a pesar que el viento y el tiempo la habían maltratado.

El llegar a lo alto del YAYA junto a la bandera tricolor, fue más que un momento poético y lleno de sensaciones, que terminaron con un par de lágrimas de emoción y orgullo por esta bella tierra llamada ECUADOR. Debo mencionar que, no fue realmente importante tener un cielo despejado o el anhelado color azul del firmamento, me emocionaba saber que habíamos llegado a la cumbre del TAITA del norte, y que estábamos en la cima adorada y venerada por todos sus hijos que viven a sus pies. En realidad, esta montaña va a dejar un recuerdo muy especial a quienes se atrevan a escalarlo y admirarlo.

!Éxcito! Llegamos al cumbre | ©Edison Benitez

El Retorno

La visita a la montaña se asemeja a “la visita de médico”, puesto que no hay mucho tiempo para quedarse conversando con ella y la despedida es rápida, pues hay que regresar a la “selva de cemento”.  Si la subida fue extenuante, ahora les cuento la bajada…

El silencio fue la temática del regreso, en la primera parte, sospecho que todos teníamos esos sentimientos encontrados y veníamos recordando nuestras vivencias personales. El bajar una montaña, muchas veces es más difícil que la escalada, el Imbabura, sin llegar a ser el Illiniza Sur (el K2 ecuatoriano), tiene su porción de peligro y adrenalina. Lo interesante de la primera parte era la roca, y no podía irme sin llevar conmigo un recuerdo para la posteridad, una piedra plana (para preparar una carne a la piedra) a pesar de la fatiga.

El descenso estuvo muy complicado, más aún cuando se tiene problemas de rodilla (tengo una rodilla de pirata, la derecha) y cada paso era un dolor cada vez más intenso. Teníamos ya más de 7 horas en la montaña y aún no habíamos llegado al pajonal, la neblina era nuestra fiel compañera y eso daba una sensación de mayor cansancio. Finalmente, el esperado pajonal saltaba a la vista, y era el momento de tomar una decisión imperativa: QUITARME LOS ZAPATOS, si como lo leen, me quité los zapatos y bajé con los pies al desnudo. Ventajosamente, yo suelo hacer eso cuando está la tierra húmeda y se puede bajar sin mucho inconveniente (para mí).

El autor y nuestro guía guiado bajando Taita Imbabura | ©Edison Benitez

 Junto a Luis y José Miguel, otro guía de montaña experimentado, bajamos al último, el pajonal ya no era ese lugar que en la mañana fue mi lugar de inspiración, ahora era un eterno descenso sin fin, a ratos bajábamos de espaldas para que pudieran descansar las maltratadas rodillas, a ratos ayudado por los bastones de montaña y a ratos de frente. El resto del grupo estaba bastante lejos y el final no estaba en el horizonte.

Luego de diez horas en la montaña, finalmente llegamos y desde lo alto, el viejo Imbabura, tuvo el gusto de despejarse y despedirse, sentía que era solo para reírse de este montañero sin zapatos. Así llegamos al final de esta bella excursión, donde tuvo un antes y un después. Ese antes fue el subir lleno de emoción y adrenalina para conquistar la anhelada cumbre máxima, y el después fue el eterno regreso donde hice de todo un poco para poder llegar a la meta final.

Gracias YAYA IMBABURA, el haber llegado a visitarte fue una gran lección de vida, de perseverancia, de respeto y de mucha humildad. Creo que, luego de haber pasado esta “prueba de fuego” el montañero sabrá que está preparado para cosas más grandes y retos más imponentes en la vida.